Las mujeres tenemos una enorme responsabilidad
en lo que llamaremos “feminismo humano y social”: vocación que no puede servir
a ningún efímero poder económico, político o religioso. La madrugada del 4 de agosto
la congresista Patricia Chirinos de Avanza País y el congresista Luis Aragón de
Acción Popular fueron insultados y agredidos por un grupo de indignados que se
encontraba dentro del bar “La Noche” de Barranco. Según muestran los videos en
las redes sociales, Juan Paolo Gómez Fernández, alias Paolo de Lima, arrojó a
la congresista un vaso de cerveza que estalló en su mesa.
Nos preguntamos: ¿la agresión fue contra la
congresista o contra lo que ella representa? ¿Representa acaso una versión de
la mujer moderna que, además de empoderada, aparece demasiado próxima a un
sector extremo de la política peruana que los indignados detestan y que es la
derecha fujimorista? ¿Son los medios de comunicación los que manipulan nuestra
psicología para llevarnos hacia estas reacciones de odio personalizado movidos
por intereses subalternos?
Al parecer, lo que le indigna a la población no
es solo que un personaje público sea de “derecha” o de “izquierda”. La pradera
arde ya que una parte de la población asocia a la ex consejera regional del
Callao y ex alcaldesa de La Perla con actos de corrupción que aún son
presunciones de delito y que, no logran ser esclarecidos por el Poder Judicial. Tal vez si Martha
Moyano, del partido naranja, se hubiera expuesto en el bar de Barranco aquella
noche, hubiera corrido la misma suerte ya que los titulares la convierten al
igual que a Chirinos en otra sospechosa de integrar una “organización
criminal”.
Del lado izquierdo del arcoíris político
tenemos el caso de Susana Villarán, exalcaldesa de Lima quien, a pesar de haber
recibido en 2019, un fallo en su contra del Poder Judicial que la conminaba a
18 meses de prisión preventiva por los delitos de cohecho pasivo, asociación
ilícita y lavado de activos, sigue libre y campante. Avergüenza también el caso
de nuestra actual presidenta, Dina Boluarte quien, como consecuencia del Rolexgate recibió
abucheos de “corrupta”, al hacer su aparición en el desfile militar del último
28 de julio.
La pregunta que todos nos hacemos es, ¿hay
mujeres honestas hoy en día en la política peruana? ¿Cuáles son los valores que
estas políticas peruanas representan? ¿Acaso el Perú no tiene mujeres probas
que sean incondicionales a la patria? ¿Tendremos una Micaela Bastidas, una
Manuela Sáenz, una Magda Portal o una Ilda Urízar Peroni en las próximas
elecciones? Todos ellos, ejemplos lejanos en el tiempo, pero que han dejado una
huella de integridad y valentía en la historia.
Entonces, ¿qué podemos hacer cuando lo que
mueve al peruano a votar es el provecho personal y el bienestar de un grupo y
no el de todos sus compatriotas? Si nuestro voto no es un voto consciente y
educado, si votamos por la cara bonita, por la que promete premiarnos con un
buen empleo, por la que se encuentra mejor conectada con algún grupo de interés
económico; no llegaremos jamás a tener auténticas representantes de la mujer
peruana en el poder.
Podríamos hacer una lista de los valores que
nuestras abuelas y madres defendieron y que actualmente muy pocas mujeres
defienden: (1) la vida, (2) la familia, (3) las poblaciones vulnerables y
oprimidas por la discriminación, (4) una educación de calidad para todos los
niños y adolescentes peruanos.
Consideramos que siempre que la mujer peruana
abandone la masculinización de su rol en la sociedad, el falso empoderamiento
basado en la violencia y el dinero, la absurda competitividad con el varón y el
apego a la ideología de género (que implica una desvalorización de la familia
tradicional y de la vida humana), estará encendida la llama de la esperanza
para un mejor futuro.
El espíritu femenino es protector y no
destructor de la vida. Es además empático con el enfermo, el anciano, el menor
de edad, el preso y con todo aquel que sufre discriminación. Y es un espíritu
formativo y pedagógico, cualidad natural que la maternidad invita a toda mujer
a desarrollar. Las mujeres tenemos una enorme responsabilidad en lo que
llamaremos el feminismo humano y social: vocación que no puede servir a ningún
efímero poder económico, político o religioso sino a los intereses de la
familia y de la patria.
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