Por: Rocío Valencia Haya de la Torre (1)
Los derechos femeninos en el siglo XXI no son tan distintos de los derechos de la mujer en el siglo XX. Puede que hayan cambiado de nombre y que ahora se denominen “derechos de género”; sin embargo, si hacemos un balance nos encontramos con algunos de los mismos grandes problemas de la mujer que desde el siglo pasado somos incapaces de resolver ¿Cómo podemos aspirar a una salud y a la protección de nuestra integridad sexual dentro de una sociedad que, como la peruana no educa a la mujer en ese delicado tema? ¿Acaso las mujeres somos conscientes de los tipos de enfermedades de transmisión sexual (ETS) que podemos adquirir si no cuidamos nuestros cuerpos y su integridad? ¿Hasta cuando vamos a seguir educando al varón en la falsa creencia que la mujer es un objeto de su pertenencia o peor aún que el preservativo es una opción mas no una obligación como sí lo entienden desde muy jóvenes, los varones en los países de la Unión Europea?
Para
empezar, es muy poco lo que hacemos como sociedad para brindarle a nuestras
adolescentes una buena educación sexual. Al margen que esto constituya hoy una
política del Estado peruano, son muy pocas las instituciones educativas
públicas o privadas que brindan una educación sexual integral a las
adolescentes en este tema tan importante para su futuro. Y ciertas creencias
religiosas no ayudan en las campañas de información. Menos aún la monserga de
la ideología de género que solo se ocupa del cuerpo mas no de los valores morales
y espirituales como la integridad y el respeto a la vida. Las consecuencias son
graves: altas tasas de embarazos de adolescentes de 10 a 19 años y, cuando media
la violación de un adulto, el posible contagio de enfermedades de transmisión
sexual, entre las cuales las más peligrosas son el VPH y el VIH. En el Perú, “aproximadamente,
el 11% total de recién nacidos vivos registrados en los sistemas administrativos
son de adolescentes” (fuente: CNV-MINSA). Las madres adolescentes se verán obligadas
a optar por la deserción escolar y difícilmente podrán acceder a un empleo
decente. De esta manera se agudiza la desigualdad social, trayendo pobreza y
atraso para las adolescentes involucradas, mientras que, para el Estado, esto
significa un inmenso gasto y un problema de salud pública.
De
acuerdo con la Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), América Latina y El Caribe
ocupan el segundo lugar en el mundo con más embarazos adolescentes, después de
África subsahariana. Resulta alarmante comprobar que el Perú, con un 0.56%
tiene una de las tasas más elevadas de embarazo adolescente después de Panamá,
con un 0,79% y Colombia con un 0,58%.
En
tercer lugar, urge que los valores y la cultura sexista evolucionen y cambien.
No podemos seguir educando al varón en la falsa creencia que un matrimonio o
concubinato le brinda un derecho de posesión permanente sobre el cuerpo de la
mujer. Tampoco, en el falso valor que, la maternidad somete a la mujer de por
vida al padre de sus hijos. Ni que, el preservativo es una opción y no una
obligación. Estas falsas creencias y actitudes sexistas y narcisistas empeoran
aún más delitos como el incesto, las violaciones y el feminicidio perpetradas
por varones que no fueron formados con los valores de igualdad y de respeto
necesarios, desde un punto de vista moral y de salud sexual. La mujer debe de
ser respetada en toda su integridad, no como una extensión o posesión del
varón, sino como una persona individual. Y su valor como portadora de vida humana
debe ser inculcado en todos los colegios, a nivel nacional, desde el quinto
grado de la eduación Básica Regular.
Finalizaremos
con un pensamiento de Charles Fourier que Tristán recoge en la presentación de su
libro póstumo La Emancipación de la Mujer
(1846): “En resumen, la extensión de los privilegios de las mujeres es el
principio general de todos los progresos sociales”. Mientras a lo largo del
siglo XX, las mujeres luchábamos por conquistar la igualdad de nuestros
derechos políticos, como el derecho al voto y el derecho a una ley de divorcio
igualitario; hoy en día, nos toca asumir que nuestra lucha se libra en pos de
hacer respetar nuestro derecho de decidir si queremos o no tener una relación y
por la integridad de nuestro cuerpo y de nuestra individualidad de la cual
depende una maternidad sana y responsable, que sea garantía de vida y continuidad
para toda la sociedad.
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