Con su muerte, hace 46 años, Haya de la Torre se ha convertido en una leyenda dentro de la política peruana; también desapareció la forma más limpia, pura y honesta de hacer política en nuestro país. Más de 1.2 millones de peruanos habían votado por el APRA, de los cuales 1.03 millones de votos fueron para Haya de la Torre individualmente, convirtiéndolo así en el candidato más votado de las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1978. A los 83 años y soportando una enfermedad pulmonar crónica, Haya se atrevió a recorrer todo el país, emulando el recorrido que había hecho a los 36, triunfando rotundamente en elecciones en las que, por primera vez en su vida, no le hicieron fraude ni le colocaron pretextos legales para que pudiera asumir el cargo. Fue así como resultó elegido diputado constituyente y luego presidente de la Asamblea Constituyente. Ese era Haya de la Torre y ese era su destino. Su vida política podría resumirse en la siguiente frase: amor y abnegación por el pueblo peruano y desprendimiento total.
El investigador François
Bourricaud publicó en 1978, en Francia, país en el cual se había fundado la
primera célula internacional del APRA en julio de 1927, un artículo en Le
Figaro titulado “La pesada herencia de la dictadura”, que decía lo siguiente
acerca del Partido Aprista: “(es) la fuerza política más sólida, la mejor
organizada, la más popular del Perú… La proeza de Haya de la Torre, que con más
de 80 años de edad concluyó su campaña personalmente a través de los cuatro
puntos cardinales de este inmenso y difícil país, no puede sino inspirar
admiración, respeto y afecto”. Todo ello nos recuerda que, a lo largo de casi
todo el siglo XX y para ser más precisos, desde 1930, el Partido Aprista ha
gozado de las preferencias de un tercio del electorado peruano. Este hecho se
ha visto corroborado en todas las elecciones en las cuales el Partido Aprista
ha participado con su nombre o con el de Partido del Pueblo, incluyendo las
elecciones de 1932, 1945, 1962 y 1963. Años de lucha en contra de las
dictaduras de derecha o izquierda de las cuales el APRA sobrevivió como un
grito que clama justicia en medio de una tormenta de balas; o un ciervo en
medio de un bosque minado que a fuerza de ver a sus hermanos caer aprende los
mejores escondites y las mejores estrategias de fuga frente a la persecución
del cazador.
Sin embargo, todo esto suena a un cuento de
Allan Poe cuando visitamos hoy en día el local central de Alfonso Ugarte y
parece que estuviéramos recorriendo el interior de un edificio abandonado. Las
aulas del otrora bullicioso y triunfante Partido Escuela hoy parecen los
recintos de un castillo desolado. La voz estentórea de los grandes líderes se
apagó; solo los bustos metálicos de los fundadores, héroes y mártires del APRA
lanzan sus miradas acusadoras desde el patio de la primera planta. El
emblemático comedor popular que era orgullo de Víctor Raúl por ser el más
económico de toda la ciudad cerró sus puertas hace más de dos décadas; la
escuela de enfermeras desapareció y el Aula Magna de los otrora coloquios del
líder parece un depósito lleno de sillas vacías y polvorientas; la biblioteca
ha sido vandalizada hace décadas de todas sus colecciones y periódicos; lo
único que funciona es la clínica dental que los usufructuarios alquilan a
terceros. Pero, este espectáculo deplorable es consecuencia de la ambición de
una argolla perversa y egoísta y de las administraciones que se han sucedido
en la triste gestión del patrimonio político y moral de Haya de la Torre.